miércoles, 1 de abril de 2009

Ella

Llegó última que todos. Nadie supo de dónde cayó, ni como lo hizo. Un buen día la encontramos en el cubículo, antes había pasado por los otros dos de la cueva.
Los rockeros le tiraron panes. La escuela de todología, con Matojo a la cabeza, quisieron fusilarla. Al final recaló en la cama de abajo de Lepingue y allí se quedó.
Su litera sirvió de vertedero, de comedor público, de entretenimiento. Hay una foto en la que Comepinguino le está bajando un piñazo de competencia.
Una vez el Taquilla le revisó el colchón para ver si lo cuidaba. Al ver lo que había debajo dijo: "Díganme que esto no es mierda". Así mismo tuvo que sufrir un sapo en la maleta de palo y también un majá.
En par de ocasiones le echaron cerelá caliente encima, la primera vez gritó: "Maricones, me han empegostado toda, todo".
Jugamos voleybal con ella, El Dos la utilizó para limpiar el piso del baño en una de sus cuartelerías. Todavía existe en las paredes del cubículo la marca de un machetazo que el Dios le tiró por decirle Richard. Blasfema como era!!!
Las otras muchachitas de su grupo la tiraron a un hueco de basura. Cogió una perreta tremenda. Pensó hasta en pedir la baja. Hércules, al ver que iba para Caibarién, le dio las cacharras sucias y la ropa para que se las llevara a su mamá. Rubidio y el Yuso le quitaron los caramelos de la semana.
Como a las once, cuando ya habían apagado la luz, entró sutilito en el albergue. Todos estábamos despiertos, esperándolo. "Fui y saqué pasaje para la última guagua, me comí una pizza, me tomé un refresco, lo pensé mejor y aquí estoy", dijo.
No tuvieron compasión. "Pero tú lo que tenías era hambre", grító Hércules desde el fondo del cubículo. Todos nos reímos con ganas, hasta ella.
Al final nos cogió hasta cariño. Me acuerdo de su último cumpleaños con nosotros. Lo arrastramos a las doce de la noche por toda la escuela y lo tiramos en el tanque de los guajacones. Tenía lágrimas en los ojos "Y se acordaron de mi cumple,qué buenos son", dijo.
Después comenzó a andar con malas compañías. Se conectaba con la gente del proyecto UNESCO. Nos la pervirtieron. Decidió irse a vivir para el palomar, a tanta altura. De todas maneras le dimos una despedida como ella se la merecía. Hasta los roqueros encendieron velas en su honor.
En la univerdidad vi a Jaime, el del grupo dos. Me contó una historia maravillosa e increíble.
Una noche, como a las diez, estaba yo botado en la carretera. Venía de la unidad militar. Ya no me quedaba ninguna esperanza. Voy a tener que dormir en la calle, me dije.
Así comenzó Jaime su cuento.
Entonces, de pronto, me paró enfrente un carro de turismo. Me acerqué con duda. A esa hora, a mí. Bueno, peligroso. Se bajó una ventanilla (continuó Jaime). Una cara conocida me dijo: "¿No te acuerdas de mí, soy Sabucedo? Monta".
Hace unos días le propuse a Le pingue localizarlo. "¿Y cómo lo hacemos?", me preguntó Le. "Búscalo en Internet", sugerí, "en Facebook o cualquier lugar de eso".
Al poco rato Le pingue me llamó con tremendo misterio. "Ya tenemos su correo", dijo él. Ambos sonreímos.

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