lunes, 6 de abril de 2009

Le Pingue en vivo y en directo

La cosa empezó en los primeros días del décimo grado. Alguien hizo un cuento donde se hablaba de un tal Nosécuánto Lepingue, el tipo que más relajo (la palabra viene de un tío mío) hacía en un minuto.
Después vino la jodedera con Cristyan Lepingue y Amé Culón. El cuero se puso pesado. Las cosas terminaron mal el día que al Conejuma se le ocurrió pintar una caricatura donde aparecían los dos personajes citados. Lo peor fue el lugar escogido: el techo de la litera del Ogro.
Cuando el Burda vio aquello armó el tercer escándalo más grande de todos los tiempos. El primero fue el del Yuso la vez que le botaron el jarrito verde que, según él, usaba desde el preescolar.
A propósito no sé si el Yuso sabe que el jarrito apareció dos años después, cuando el Conejo, Emil Boev y Rubidio se metieron en los entrebaños y lo sacaron lleno de mierda.
El segundo pertenece al propio Amé la vez del cumpleaño de Rubidio cuando le gritó putaepinga a las chiquitas del grupo 2, encabezadas por Olivia la de la sombrilla amarilla.
Bueno, ese escándalo, el de la caricatura, tuvo consecuencias funestas. Por lo menos para la tabla que hacía de techo en la cueva del Ogro Burdajá. De pronto no se sabía si era Kijuestein, Burdajá, el Ogro o el vendedor de bocaditos. Le hechó la culpa a Comepinguino. Dijo que no tenía una gota de seriedad en su vida.
Después vinieron las bromas sucesivas a costa de Lepingue: la candelita encima de la taquilla, la música de Shaquira, la foto de la bestia encima de su litera y los voladores.
Sobretodo a Lepingue le gustaban los voladores. Y a nosotros, que siempre teníamos hambre, los macarrones que le traían los miércoles.
También me acuerdo que rompió todos los récords de abstinencia triple: del baño, del comedor y del aula. Todavía me acuerdo la vez que a Lepingue le dio por ir al docente en short, botas y con la ropa en un saco. Eldi lo mandó a que se fuera a cambiar porque era un escándalo público.
O cuando se empeñó a aprender a teclear rápido y andaba con un teclado el día entero. O la vez que se puso un bolchevique en pleno calor. O los pitos y flautas que acumulaba en la mochila.
Hoy por hoy es un periodista sui generis. Llega a la hora que quiere, se va a la hora que le da la gana. No bebe, ni café ni alcohol. No come carne, rehusa la merienda. Almuerza todos los días en el periódico para no cocinar en su casa. Y sobretodo, siempre está gritando: "Por favor, no me estresen".

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